TODA CONSTRUCCIÓN DE PAZ EN COLOMBIA A MEDIANO Y LARGO PLAZO, REQUIERE UNA VOCACIÓN ACTIVA, PRODUCTIVA Y PARTICIPATIVA.


Colocados en el contexto de la implementación de los acuerdos de paz en Colombia, si bien exigen soluciones tecnocráticas y tecnoeconómicas, también siguen necesitando de fondo construcciones humanísticas y sociológicas que permitan mantener procesos continuos para recomponer en el territorio el tejido humano-social desde la autonomía y la colectividad de cada uno de los ciudadanos; es innegable las consecuencias de la  presencia de un conflicto armado materializado en la sistematicidad de una violencia que atento contra la población civil, despojando de toda dignificación humana y del progresivo desarrollo integral como comunidad y como territorio, desmoralizando su esencia cultural y su modelo como sociedad, el cual, complementa siempre la gran sociedad que diversamente es Colombia. 

Desde estas circunstancia es necesario comprender que el papel de los macro proyectos por la paz, como el Petd o la agencia de renovación del territorio, en la práctica deben enfocarse más y de manera permanente en lo humano, lo psicosocial y lo sociológico, es necesario ahondar en esa construcción de conciencia humano-social y de empoderamiento jurídico-político, para que desde el respeto por la dignidad humana, el desarrollo integral, la reconciliación y el perdón, como a la vez, desde la responsabilidad política territorial se promuevan en los ciudadanos los derechos y los deberes y estén siempre dispuestos a ser activos, proactivos y participativos en la construcción y la trasformación de su propia comunidad. Es hora que a las comunidades no se les victimice más, ni mucho menos se les instrumentalice en el juego de una política casi que corrupta y de dependencia, se debe continuar potencializando las capacidades de ciudadanos con una vocación comprometida que desarrolle trasformaciones concretas y permanentes en su identidad, sus relaciones humanas, sus construcciones sociales, sus dinámicas culturales y de su capacidad de emprendimiento hacia una economía para el territorio.  

El peligro del tecnicismo burocrático en el aparato del Estado es ahogar toda visión humana-social y jurídica-política que debe darse en los contextos territoriales, el Estado como garante de derechos no puede olvidar, ni despojar la esencia y la trascendencia de toda comunidad, se debe trabajar más por hacerlos participe del progreso del país y no instrumentalizarlos para un fin distinto. Tomando un ejemplo coyuntural, el nuevo gobierno apuesta a trabajar por hacer posible la transformación del campo colombiano. Esto requerirá de por sí grandes reformas, como la tributaria, la agraria y de otras que puedan garantizar una dinámica progresiva de equidad para la ruralidad colombiana; ahora bien, de acuerdo a lo acordado en el punto: “Hacia un Nuevo Campo Colombiano: Reforma Rural Integral” existe en ello unos principios que sustenta el concepto de la democratización del acceso y uso adecuado de la tierra, entendiéndose esto como el logro de los instrumentos necesarios para los que todos los campesinos que estén sin tierras o con tierra insuficiente puedan acceder a ella incentivando así el uso adecuado con criterios de sostenibilidad ambiental, de vocación del suelo, de ordenamiento territorial y de participación de las comunidades.  Lo que, a vez generaría un ciclo de modernización del campo, se dinamiza la cadena de producción agrícola y se aseguraría una política de seguridad alimentaria. Es por eso que, ante el anuncio de la ministra de Agricultura y el presidente de Fedegan, se da luz verde a este proceso, la compra de tierras a los ganaderos representa un paso significativo para el desarrollo de la paz y el progreso de la ruralidad. 

Ahora, sin el ánimo de ser agua fiesta, desde este ejemplo tomado, siempre será fundamental conocer y escuchar al territorio, y desde una mirada más humanista y sociológica entender si el campesino [como ciudadano] colombiano tiene hoy la disposición para trabajar y producir la tierra, ya que, al darle la tierra también se requieren de la capacidad humana, técnica, estructural, económica y de acompañamiento para hacer productiva y segura toda una política de seguridad alimentaria que tanto peligro evidencia. No responder a esto, es burlarnos de nuevo de la vocación campesina. Una cosa importante es dar la tierra, pero otra cosa, es saber si se está en la disposición de mantener un propósito que permita transformar la economía agraria a largo plazo, esto requiere vocación del [ciudadano] campesino y responsabilidad Estatal. Y un camino necesario desde los territorios es profundizar y acompañar más al [ciudadano] campesino para que desde categorías humanista, sociológica y psicosocial se fortalezca la identidad ciudadana, comprometiéndose a la tarea desde una vocación activa, estable, productiva y participativa, sintiéndose involucrado en el trabajar y el producir la tierra, no solo por un bien autónomo sino por un bien del país. Si bien, el [ciudadano] campesino por vocación debe estar y permanecer en el campo, amar y ser reconocido con respeto por su ejercicio y servicio, ya que este, contribuye a la construcción del desarrollo del país desde el campo; fortalecer tal dinamismo no romperá la relación vocación y acción, a no ser que, los intereses cambien y estén por la lupa de una oferta de lucro rápido y fácil.  

Frente a este análisis, tres situaciones pueden relucir en los territorios pero que no se escucha en los importantes escritorios tecnocráticos y tecnoeconómicos de Bogotá:

1. Existe hoy un fortalecimiento, una estabilidad y una capacidad de seguir desarrollando la vocación [en el ciudadano] campesino de manera estable y permanente, vista más en las generaciones presentes que en algún momento sufrieron el desarraigo de sus contextos rurales.

2. Es creíble la capacidad de una política del Estado que acompañe seriamente al campesino en el proceso de cultivar la tierra (créditos, semilla, tecnificación, insumos y demás) la cual permita el objetivo común y no dejarlo desviar de sus responsabilidades ante el país. 

3. Es la presencia del narcotráfico en el campo colombiano [como una fuente de ingresos fácil, seguro y en poco tiempo] desarrollado por grupos violentos, un riesgo para seguir desarraigando la vocación [del ciudadano] campesina, incumpliendo su aporte fundamental para el desarrollo del país desde la ruralidad.

Sobre estos criterios es necesario reflexionar ante la posibilidad practica de un camino abierto hacia la construcción de la paz desde una democratización del campo colombiana para asegurar el desarrollo productivo del país -como ejemplo-, es fundamental siempre tener a primera mano, y no como menos importante la vocación activa, productiva y participativa que necesita nuestro país resaltando así, la ciudadanía representativa que siempre se necesita. 

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