"¿Y quién es mi prójimo?" (Lc 10,25-37)

La preocupación de los seres humanos radica en gran parte sobre la realización de su existencia, esto lo hace siempre enfocarse en la materialización de su proyecto de vida y la manera de como poder darle estabilidad con el tiempo para que pueda lograr los resultados visionados; para nada eso está mal, pero los proyectos de vida no tienen como enfoque la responsabilidad del hacer posible que el (los) otro(s) quepan dentro del marco visionario de la realización humana; en ese momento se deja de ser apertura para centrar el vigor en los deseos y luchas de las metas concertadas, tanto que se cae en el individualismo perdiéndose con el tiempo en los mismos afanes egocéntricos y autoritarios creados en la propia vida. Esto descarta al otro como aquel que se hace amigo de camino pero también prójimo de los deberes que hacen posible la trascendencia humana.

Por ende, para ser plenamente feliz, no solo se debe radicar las metas por materializar en títulos, logros, etiquetas, monto de dinero, poder terrenal; es necesario radicar como parte del proyecto de vida que haga capaz al ser humano del ver al otro como el prójimo que necesita de la cooperación, de la caridad, del sentido solidario si retribuciones, si cuota de interés a mediano y largo plazo; prójimo es el que se tiene al lado y se confina en la existencia para llevarse permanentemente, el cual, haga capaz de acercarse para abrirse hacia la búsqueda de una solución y trasformación, no se puede seguir siendo contrario a esto, porque se impediría con la prepotencia del egoísmo humano el desarrollo integral del otro; es necesario conocer quién es el prójimo, porque también se es prójimo en camino de vida y se puede correr la suerte de ser descartado.

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