Todo acto de conversión se
necesita para disipar las tinieblas que opacan el horizonte lleno de luz y
esperanza, es una invitación que el Dios de Jesucristo nos hace constantemente,
solo basta decidirnos, tal llamada tiene tres grandes momentos que llevan toda
nuestra existencia:
Reconocer
el error y asumir un arrepentimiento sincero del mismo;
Empezar un proceso constante y permanente de transformación interior que atribuye el pensar, el sentir, el desear y el actuar;
Generar
importantes acciones que beneficien no solo la realidad personal, sino que
lleven y cooperen en la realización del otro.
Esta conversión es la que debe
involucrar todas nuestras áreas de la vida, la finalidad siempre estará en avanzar
una poco más hacia la santidad.
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