Liderazgos de la mujer rural. Un protagonismo significativo para la construcción de la paz y la reconciliación desde el territorio.


Partimos desde un presupuesto argumentativo de la teología bíblica y de la teología eclesial de lo social donde se entiende que hombre y mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor ante Dios, agregaría que también ante las cosas que le rodea, especialmente -los otro(a)s-, además esta ‘misma dignidad’ refleja una dimensión relacional y social de la naturaleza humana, por lo que poseen una relación responsable de ser custodios de la vida y están llamados a disfrutar con gozo de las cosas creadas sin violentarlas, cuidándolas con especial atención y trabajo . Este argumento, nos permitiría entender que las luchas que se han gestado ante una sociedad que ideológicamente ha sido patriarcal en todos los sistemas, requieren de una mayor atención y cuidado, con el fin de asumir la categoría de igualdad junto con el de complementariedad dentro de la relación hombre y mujer, cuya responsabilidad colectiva entra en el mismo orden, siendo así constructores de la vida digna y querida en la sociedad y en el territorio. Históricamente los cambios de paradigmas políticos y económicos a finales del siglo XX y comienzos del XXI llevaron a la sociedad colombiana hacia una renovada visión amplia de la cultura y de las relaciones humanas y sociales, entre estas, la manera de percibir tanto en la mujer como en el hombre el criterio de una dignidad, una igualdad, unos derechos y unas condiciones no desproporcionadas para su desarrollo integral dentro de la sociedad; es decir, el principio de igualdad entre el hombre y la mujer ante la ley y la sociedad, algo que ya en el evangelio de Jesús era defendido como parte de la propuesta del Reino de Dios, entre ello se da el de la reivindicación de la dignidad de la mujer (Jn 8, 1-11) y la asociación al proyecto evangelizador después del hecho de la resurrección (Mt 28, 9-10). 

Esta doble perspectiva: la teología bíblica-social y la reflexión sociológica de la historia sobre la Igualdad entre hombre y mujer, coloca el foco de atención, sobre el cómo se ha hecho posible tener el papel activo y trascendental de la mujer al lado del hombre en temas relevantes de carácter constructivo y trasformador para la historia, como en lo político, lo social, y el económico, logrado gracias a la relación sostenida entre la mujer y el hombre, resaltándose la colaboración y la reciprocidad mutua. Razón por la cual, la mujer es corresponsable junto con el hombre por el presente y el futuro de la sociedad humana. 

En Colombia ha existido hechos significativos que resaltan el rol de la mujer y su capacidad para las trasformaciones políticas y sociales; sobre esto, algunos ejemplos de la historia: En l932, bajo el gobierno del presidente Enrique Olaya Herrera, la ley 28 otorgó el manejo a la mujer de sus propios bienes. Un año después se expidió el decreto 1972 que da plena participación a la educación universitaria, este fue concedido a doña Ofelia Uribe y Cleotil de García. En 1954 se aceptó el derecho al voto femenino, mediante el acto legislativo número tres, en el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, momentos preponderantes frente a la manera reduccionista de ver la participación constructiva ejercida por la mujer con derechos, ante un sistema patriarcal que valoraba a la mujer en el entorno del trabajo de hogar y del cuidado de los hijos. Una gran conquista en la sociedad colombiana, donde se da un empoderamiento jurídico político a la mujer es otorgada en la Constitución de 1991, la mujer dejando de ser sujetos de protección, empezará a ser sujetos de derechos, de libertades y de garantías. Estos hechos y tantos otros que surgieron, han generado la relevancia del papel femenino que pertinentemente ha impulsado la construcción social de un país tan complejo como el nuestro, aunque hoy, segunda década del siglo XXI se sigue desconociendo tales esfuerzos de esa capacidad mujeril en el construir y trasformar socialmente el país. 

Progresivamente la mujer en Colombia que pasa de ser una protegida jurídica para ser poseedora de derechos jurídicos por parte del Estado, se configura como sujeto de derechos, poseedora de facultades morales, éticas, políticas, espirituales y culturales, capaz de trasformar las realidad de sus contextos y de la sociedad que le interpela, teniendo pleno derecho a insertarse activamente en todos los ámbitos públicos, derechos que deben ser afirmados y protegidos incluso por medio de instrumentos legales donde se considere necesario.  Tal cuestión demanda la urgencia del saber aceptar y promover la presencia de la mujer en las realidades socio-políticas del país, forjando procesos de transformación, sin tener que ellas estar siempre apelando a la exigencia de un derecho que de por sí, en su condición de naturaleza humana y jurídica ya lo ha adquirido en el trascurrir de la historia por medio del Estado; en este sentido, es la sociedad misma la que debe seguir planteando escenarios donde se requiera el protagonismo femenino y que desde sus contextos pueda construir y promover cambios significativos para un bien colectivo. Basados en esta necesidad considérese a la mujer rural como un sujeto de derechos y una protagonista de trasformaciones en defensa de sus derechos a la tierra y su bienestar integral, ayudando así en el tejido social para el logro de la paz en sus comunidades, enfrentando los desafios no solo la resistencia de la guerra que aún persiste, sino también los vicios y vacíos jurídicos que no amparan con radicalidad sus derechos constitucionales, en relación con su vocación campesina y la propiedad, colocando en riesgo todos los procesos frente a la tenencia y el cuidado de la tierra, la reivindicación en los derechos para salir de la pobreza, el tener acceso a la educación, a la salud, a la vivienda y a una vida digna, que le permita proveerse y avanzar en su proyecto de vida; tales circunstancias a la que se enfrentan también con el poder económico y político de algunos poderosos terratenientes y el abandono estatal, los cuales, marcan el obstáculo para una garantía de derechos, un elemento dinamizador que permite la presencia del conflicto en el territorio. 

Aunque jurídica y políticamente en Colombia en el reconocimiento de la mujer como sujeto de derechos, no se ha desinstalado la alta discriminación que hoy se tiene por diferencias de género; cabe manifestar que en las mujeres rurales la violencia hacia tal derecho constitucional las hace ser sujetos frágiles, carentes de garantías frente a la protección de sus derechos fundamentales, especialmente el derecho al territorio y a la tierra, a la seguridad alimentaria y a la participación política , no cabe duda, que la mujer rural posee la fuerza y la capacidad para transformar y construir el país ya que en ella desde su sabiduría, su experiencia, su cultura y su relación cercana con la madre tierra, puede enseñarnos más de esos saberes escondidos en la lejanía de la estresante y distorsionada urbe citadina, de la cual muchos abrazan y se olvidan de sus orígenes históricos y de la fértil tierra que nos provee de todo para vivir. La mujer desde la ruralidad a forjado un liderazgo fundamental, juega un papel protagónico y significativo para la construcción de la paz y la reconciliación en la Colombia querida, cuestión que requiere de un acto de muestra publica, para que promoviendo dichos aportes se comprenda como el genio  femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha  de garantizar su presencia en el ámbito laboral y en los  diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales del país .

Pero ¿Cómo puede ser que la mujer rural sea protagonista del tejido social para la paz y la reconciliación desde el territorio? Si bien, en el concepto político y sociológico del construir la paz y la reconciliación desde los territorios, no es solo un tema de Estado, de gobierno, que constitucionalmente debe garantizarlo (C. P. 91. art.: 22) sino que, es una responsabilidad directamente comunitaria, una cuestión de ciudadanía, donde deban construirse y trasformase espacios políticos, sociales, culturales y públicos al interior del territorio donde se garantice la estabilidad y el desarrollo, en este sentido, la mujer rural como ciudadana en el territorio, ha venido tejiendo sigilosamente esa trasformación integral desde varios escenarios, dando sus propias luchas para que colectivamente se pase de espacios de conflictos a espacios de no violencia social. Pero, aunque estas acciones de la mujer rural sean desconocida socialmente he institucionalmente; estos procesos han marcado dos reflejos que deberán tenerse siempre en cuenta en toda construcción de política pública para el territorio: 

(i) Toda construcción de una paz colectiva debe ser mirada desde abajo, cuestión que pone en evidencia el quiebre entre Estado – Comunidad y Territorio; por ejemplo, en el caso la implementación del acuerdo de paz con la Farc y el Estado, existe una fractura que no se ha asistido, y es el desconocimiento del territorio, y el poco reconocimiento de la capacidad del campesinado, donde desde las mujeres han construidos procesos comunitarios para afrontar las realidades del conflicto y de la violencia sistemática y política del país. 

(ii) La construcción de la paz desde la ruralidad, necesita la atención he intervención del Estado, es decir, la construcción de la paz y la reconciliación en el territorio desarrollado por la mujer rural, exige de una acción simultánea, Territorio y Estado, donde se tenga en cuenta los procesos desarrollados en las comunidades para enfrentar las crisis sociales, económicas y políticas, partiendo desde la base de las afectaciones desarrolladas por el conflicto y la violencia sistemática en el territorio, pero también por otro lado, asumir los logros alcanzados en la trasformación del mismo. Esto desde un enfoque de la mujeralidad rural exige ver el desarrollo constructivo de procesos hacia la paz liderados en sus territorios desarrollándose desde varios niveles fundamentales: de lo local a lo departamental, de lo local a lo nacional y de lo local a lo internacional. 

Por otra parte, en el interior de los procesos de construir la paz en el territorio liderados por la mujer rural se encaminan en una doble línea de acción la cual permite la concienciación y la practica como elemento fundamental para la estabilidad y el desarrollo del territorio, por lo que, desde la Educación (para la paz) y la Cultura (de paz) se logra crear una identidad y una responsabilidad en el trabajo por la paz, edificándose desde unas bases primordiales como: (i) la vivencia de los derechos humanos, (ii) las acciones que promuevan y definan la participación democrática como ciudadanos, (iii) la búsqueda del desarrollo, los cuales, permitan resaltar las capacidades individuales y colectivas que promuevan un bien común, y (iv) el desarme de una violencia heredada o impuesta y que coloca en riesgo la estabilidad y la durabilidad de la paz para el territorio hacia su transformación y su progreso.  En este sentido, buscar construir la paz territorial exige abordar diversas situaciones que históricamente, culturalmente y rutinariamente se han edificado en la conciencia del territorio, muchas de estas suman otras restan, pero que, requiere en primera medida la apertura de las comunidades y con ellas, el reconocer todas esas realidades, y las riquezas existentes, y la mujer rural, puede llegar hacia esos elementos que hacen posible en el territorio el potenciar o transformar una conciencia activa y proactiva de las mismas comunidades, los cuales permitan el trabajo responsable hacia un territorio donde se teje una paz con Verdad, Justicia, Amor  y Libertad. 
Ahora bien, concienciar la paz desde el territorio exige resaltar y valorar la identidad de la mujer campesina empoderada de derechos, con capacidad democrática, con necesidad de desarrollo individual y colectivo, y la vez, poseedora de facultades para desheredar la violencia no solo de su conciencia, sino, de su territorio. Por ende, la mujer campesina, la mujer rural, es tejedora de reconciliación y paz, este protagonismo debe resaltarse tres componentes activos en el ser y el quehacer de la mujer rural:

1. EL LIDERAZGO. La influencia para trasforma el territorio empieza siempre por la reivindicación de derechos colectivos, los cuales, empoderan al individuo para ser sujeto de trasformación; sobre esto, el protagonismo de la mujer como del hombre en el ámbito de lo rural tienen un total significado, ya que ha empeñado su capacidad para re direccionar caminos que le permitan la construcción de una sostenibilidad de su propia familia y el desarrollo de sus propios contextos, por ende, actuar en medio de las circunstancias, le ha permitido integrarse y crear instrumentos que le ayudan a reconocerse, identificarse, defenderse y construirse para el logro de propósitos que benefician no solo su proyecto de vida, sino todo un proyecto colectivo; sobre este tejido, el liderazgo de la mujer rural debe considerarse como acción inclusiva en la tarea constructiva de la sociedad. Esto suma para la paz y la reconciliación en el territorio.

2. LA EXPERIENCIA. La toma de conciencia frente a escenarios sociales exige sujetos de derechos con conciencia de deberes, cuyas iniciativas en el trazo de la historia permitan influir en las decisiones que han de ayudar al mejoramiento de las condiciones para el desarrollo de la historia misma. En este sentido, la experiencia histórica de la mujer campesina-mujer rural se a propuesto ser influyente en la metamorfosis del territorio, ejerciendo un protagonismo de luchas por la defensa y el cuidado de sus comunidades. La dificulta estaría en que, la experiencia de la mujer del campo es invisibilizado ya sea por las dinámicas patriarcales existentes, por la poca atención del Estado, o por la poca apertura de la mujer en escenarios de construcción y participación política en el territorio. La experiencia de procesos trasformadores que han sido construidos por la mujer rural, en Colombia dentro de la lucha social y política, han introducido un profundo dinamismo en relación a la promoción humana, la renovación de una cultura que proponga valores legítimos hacia la dignificación y el desarrollo de los territorios, permitiendo incidir en la búsqueda de la paz y la reconciliación.

3. EL TERRITORIO. Mas allá de la comprensión geográfica del territorio, este debe entenderse como un espacio de vida donde se construye el ser individual y colectivo con arraigos culturales propios y una creciente identidad que identifica su existencia y su esencia. Aquí se dinamizan los principios y valores comunitarios que marcan un desarrollo integral y la sostenibilidad económica de la comunidad. Pero es en el territorio, donde históricamente se ha dado el conflicto armado colombiano colocando en riesgo su existencia. Este ha sido escenario de disputas de intereses económicos y políticos, creando la visión hegemónica del capital privado, generando todo tipo de violencia y de una política de dominación que excluye, margina y despoja de los derechos de quienes hacen parte de tal realidad, tal política de la muerte aniquila la identidad y la esencia de los territorios obstruyendo su desarrollo y su estabilidad en la historia. Desde este contexto, ha surgido en el camino de la búsqueda de la paz y la reconciliación el liderazgo y la experiencia de la mujer rural no solo por recuperar su empoderamiento y su arraigo sino también, en aquella que se a convertido en promotora de un alto contenido que pedagógicamente es insumo para el reaprender y el reconstruir identidad integral, ayudando en la comprensión y la interpretación de las relaciones humanas y sociales las cuales promuevan trasformaciones de la realidad territorial. Por consiguiente, la figura de la mujer rural-campesina quien es preponderante para el territorio, ayuda a transformado de los hechos del conflicto violento a ser espacios vitales de construcción comunitaria y colectiva. este como espacio para valorar y promover el protagonismo de la mujer rural en su liderazgo para a favor de la construcción de la paz y la reconciliación.

El protagonismo existente de la mujer en la ruralidad debe afianzarse ante un panorama persistente de indicadores de calidad de vida y del goce pleno de los derechos humanos que aun el Estado colombiano no garantiza. Aunque existe un proceso de implementación del Acuerdo Final de Paz, el cual se hace una oportunidad para plantear una nueva hoja de ruta en la ruralidad donde se permita el desarrollo de las capacidades de las mujeres rurales, su autonomía económica y el derecho a una vida libre de violencias y miedo, tales condiciones no se vienen dado en la Colombia profunda, marginada por las estructuras del Estado, pero oprimidas por la fuerza de las economías extractivitas dominantes he ilegales. En este sentido se presentan en la ruralidad discriminaciones y violencias basadas en género marcadas por un sistema patriarcal cuya situación evidencia la situación de pobreza o desplazamiento, y de más acciones de conflicto que se dan en el territorio marcando una barreras culturales, institucionales, políticas y sociales para el ejercicio pleno de una vida digna y de derechos de los territorios . 

Tal panorama, hace de la presencia activa de la mujer rural un protagonismo que totalmente es significativo para la construcción de la paz y la reconciliación para el territorio, la cual debe ser una categoría que necesita profundizarse para seguir permitiendo la búsqueda de un desarrollo que defienda al territorio, para esto es necesario que se sigan creando instrumentos de participación activa empezando en la construcción de políticas públicas a la luz del acuerdo final de paz y los planes de desarrollo de cada municipio y/o departamento teniendo en cuenta así sus LIDERAZGOS, sus EXPERIENCIAS y los mismos procesos activos en EL TERRITORIO, ya que estos son aportes fundamentales en la transformación comunitaria fortaleciendo las líneas de: i) defensa los derechos humanos, (ii) una participación democrática activa y sin corrupción, (iii) la búsqueda del desarrollo que promuevan un bien común desde los planes de desarrollo y los programas de desarrollo con enfoque territorial (Pedet), y (iv) el desarme de la violencia heredada o impuesta al interior de su identidad colectiva, las cuales desde una memoria histórica se reconozca la exigencia de la supervivencia comunitaria y su tejido social; todo esto con el fin de desarrollar procesos significativos en el territorio que promuevan el desarrollo progresivo de un tejido y una trasformación colectiva que permita que los territorios ser parte de la construcción de la paz y la reconciliación.


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