En el sexagésimo aniversario de la encíclica Pacem In Terris del papa Juan XXIII, algunas palabras que pueden servir hoy.
La mayoría de los cristianos que acuden concurridamente en los templos parroquiales católicos, (y porque no decirlo también en los evangélicos) desconocen el alcance y la fuerza espiritual y social que tiene el Evangelio Cristiano; para muchos la fe cristiana que está llamada a experimentarse, comprenderse, celebrarse y compartirse, solo esta reducida a un hecho religioso el cual se busca vivirse desde la individualidad intimista, asumiendo la forma de poder respetarse, cuando esta no intervenga en muchas cosas que tengan que ver con la construcción del mundo de lo social y de la historia misma; este tipo de experiencias se da desde una concepción de fe basada en la religiosidad popular, la teología dogmatizante del pecado y de la salvación individual, en la teología de la prosperidad y la liberaciones de posesiones demoniacas, sumando a las teorías modernistas de las libertades que se centran “el los derechos individuales” como un poder que se otorga y se defiende por las leyes del Estado sobre toda ciudadanía. Posiciones así, muchas veces han sido mal interpretadas, mal asumidas y mal defendidas, tanto que se cae en el poder del individualismo colocando en riesgo la noción de una búsqueda del bien común, del cual toda noción y praxis humana y espiritual tiene su incidencia y su alcance en la construcción de lo colectivo.
Ahora sobre esta posición liberal que se desarrolla hegemónicamente a finales del siglo XIX donde la concepción del capital y libre mercado abre fronteras interviniendo las culturas y los autenticidades de las mismas comunidades, buscan desaparecer o desconocer de un tajo el pensamiento social del Evangelio cristiano, en Colombia el argumento de quitarle hegemonía a la Iglesia Católica sobre la sociedad de la época de los años 30 fue un discurso necesario, pero que con el tiempo a menoscabado los valores y los principios que buscan que la sociedad dentro de un orden establecido, fuera más humana, más sensible, menos egoístas, y más cercana de los unos con los otros reflejándose sobre políticas de Estado que tuvieran como propósito el Bien Común y la construcción de una Justicia Social en todos sus sentidos; contrario a estas situaciones, existe una línea de las ciencias sociales, que con lupa permite el darnos cuenta, que las Palabras y las Acciones del Jesús Humano y Divino marcaron por un profetismo radical intervienen en el cambio y la trasformación de la historia, manteniendo el orden de lo justo y de lo bueno, es decir, dentro del orden establecido es menester encontrar los cambios que beneficien y fortalezcan las dinámicas humanas dentro del tal orden humano creado y desarrollado estructuralmente. Pero la historia misma evidencia el atropello que se le da al orden establecido, no desde una perspectiva Divina y/o biológica, sino desde una perspectiva de orden social que busque tener como centro del desarrollo al ser humano y toda su integridad.
Ahora, el mayor pecado de la humanidad, no solo se basa en no vivir una moral individual perfecta, sino en tener una acción moral y ética casi que nula en su proyecto de vida y en su compromiso con la historia y con el mundo, colocándolo y contradiciendo siempre su actitud y compromiso humano ante el riesgo de la propia existencia humana y el de su entorno. En este sentido, el pensamiento del Evangelio cristiano en el marco histórico de finales del siglo XVIII ejerce un papel profético ante todos aquellos males que han pervertido lo humano y han desvirtuado el orden que rodea su propio desarrollo, levantando injusticias sociales, guerras, grandes conflictos mundiales, economías injustas, perversión sobre lo ecológico, ideologías que destruyen la verdad frente a la vida y todas aquellas situaciones que vienen desdibujando el sentido y la razón de lo que significa la vida humana y su dignidad. Sobre este escenario, es el profetismo eclesial con un enfoque sociológico desde el Ver, Juzgar y Actuar, el que busca plantear un mensaje que busca hacer posible la construcción de un bien colectivo donde la justicia social, el respeto por la vida, el respeto por los derechos, el respeto por la persona humana, el respeto por la creación y el respeto por el bien común, que son elementos constitutivos no en categorías religiosas, sino desde una espiritualidad cristiana que en relación con la responsabilidad histórica ayudan a edificar una historia más humanizante basada en principios y valores que permitan el proteger al Ser Humano, su Desarrollo Integral y la Casa Común donde vive, buscando estar siempre dentro del orden universal del desarrollo de la historia. aquí encaja una pregunta general ¿Cómo sociedad colombiana en la actualidad histórica, el Estado y sus gobiernos desde finales del siglo XIX han buscado restablecer un orden social donde se proteja el ser humano y su desarrollo, o se está en el juego de una lucha de poder hegemónico que se basa en los intereses del poder político y económico que priman sobre la base de los más débiles y marginados? ¿Qué tipo de orden social se quiere lograr para que no exista el genocidio sistemático sobre el valor de la dignidad humana y su desarrollo como sociedad justa?
En este sentido, vale la pena enfocar y pertinente aludir aquí en la encíclica papal “Pacem In Terris” (11 de abril de 1963) de San Juan XXIII; sus palabras escritas a finales del siglo XX para un momento coyuntural de la historia, sesenta años después siguen resonando como una exigencia sobre una actual cristiandad que en gran medida se ha ensimismado en la vivencia de su fe, desconociendo en gran medida el papel que socio-eclesialmente se tiene en la historia y la responsabilidad de responder a los retos humanos y sociales de la historia presente en Colombia. Aunque hablar un poco de este mensaje social de Juan XXII permite comprender la relación de la Iglesia profética – con las realidades históricas del mundo, y como existe una relación para su trasformación y edificación de caminos renovadores que permiten la dignificación humana y el cuidado de la casa común, estas se han de dar dentro de un espíritu que mantenga el orden universal planteado desde el origen mismo de la humanidad y de su historia.
Históricamente la “Pacem In Terris” nos exige mirar el acontecer de la década de los sesenta, a nivel mundial podemos resumir cuatro grandes realidades históricas: 1. Después de la segunda guerra mundial empieza a estructurarse la nueva visión de clase obrera, aquí se plantea unas mayores exigencias frente a un drama que no era el más indicado sobre la dignificación del trabajo. 2. La fuerte amenaza revelada desde el estallido de la bomba atómica de Hiroshima en agosto de 1945, desde aquí se desarrolla una carrera armamentista por parte de Rusia, Inglaterra, Estados Unidos y Francia. 3. El desarrollo de la conquista espacial por parte de Rusia y Estados Unidos entre el 1957 y 1958, el cual, revela el desarrollo científico astronómico y tecnológico que se presentaría años más adelante. 4. La ampliación de los miembros de la ONU que alcanzo a tener 110 miembros, desarrollando así una percepción de un avance en la política internacional. Cada uno de estos hechos, generaron grandes cambios estructurales en el pensamiento y la acción que de manera histórica llevaron a nuestra humanidad a desarrollar estilos y culturas de un vivir más pragmáticos colocando como centro al ser humano, es decir, desarrollo histórico social cuyo centro antropológico esta la realidad misma del Ser humano, su valor, su desarrollo y su integración con otros que edifique realidades colectivas estables y duraderas. Por ende, es el ser humano en quien debe destinarse toda la atención en su defensa y desarrollo. Pero paralelo a esto, dichos cambios presentaron una serie de realidades que van agredir progresivamente el orden y la estabilidad de lo humana y de lo social, cuando las comprensiones y las praxis empiezan a carecer del espíritu ético, reforzándose desde una ideología del capital donde se abre el espíritu del individualismo, el materialismo, el consumimos y el desarrollismo integral que sobre pasa las barreras de lo moral y de lo ético, se acrecienta en la sociedades cierto interés capitalista colocando el distanciamiento en la praxis de la libertad humana, ya que se construye un cierto tipo de cultura hegemónica que domina a la sociedad y busca que esta se afane en construir un estilo de vida donde muchas veces los valores morales y éticos empecen a ser desvanecidos con el tiempo. Esto lo vendrá dando las mismas políticas de estado creando un modo de vida basado en el tener como poder sobre los otros, lo que dentro de la sociedad no logran desarrollos plenos he integrales, generan así clases sociales, rivalidades económicas, y grandes causas para las el desarrollo de conflictividades mundiales que llevan al peligro de una humanidad fragmentada y destruida; la sociedad colombiana no fue ajena a esta realidad, el orden mundial que planteaba un desarrollo de la sociedad, lo que genero fue el caos colectivo donde el poder político y económico fragmento la línea de los valores que protegían la dignidad y la justicia social.
En este sentido, la Pacem In Terris (aunque tiene una mirada universal, también enfoca una perspectiva particular), como un documento de Esperanza, plantea un camino reflexivo de orden racional, que permite ver las causas y las consecuencias de las grandes conflictividades que ha colocado a la humanidad en un riesgo frente a su existencia y su valor; este criterio reflexivo revela un ver la realidad del ser humano y social ante los cambios estructurales de la sociedad que aunque tenga características positivas, debe tratarse desde un ejercicio de discernimiento que plantea con juicios, argumentos que interpreten a la luz del evangelio lo que históricamente se debe tenerse presente y lo que debe hacerse de manera responsable ante el cuidado y la defensa del mismo ser humano asumiéndolo como instrumento que siempre está en relación, cuyo fruto es la convivencia con los otros; en este sentido, debe tratarse con cuidado los principios del bien común y el desarrollo integral como criterios que sostienen todo avance histórico social; en esta línea, cabe la participación activa del Estado, cuyas decisiones partículas y de alcance mundial siempre debe estar abierto al cambio de la historia peor que no puede pasar abruptamente por alto los riesgos que se dan frente a la existencia y el valor de lo humano. Esto, por lo tanto, plantea una perspectiva que toda institucionalidad gubernamental de cara a la sociedad deba caminar relacionalmente para que el tomar acciones promueva el respeto a la vida humana y la construcción de la sociedad, favoreciendo un desarrollo justo alejados de todo tipo de conflictividades que afloren violencias que destruya la humanidad y su desarrollo colectivo.
Este que hacer de desarrollo político y económico que a finales del siglo XX que genero grandes conflictividades y que ha trazado un camino oscuro de lo humano y que en la sociedad colombiana no fue la excepción de su desarrollo, debe ser contrarrestado por principios claves que permitan el salvaguardar la misma existencia humana que antropológicamente es parte de todo un contenido y praxis sociológicas, políticas, culturales he históricas. Y es aquí donde el papa Juan XXIII presenta unas proposiciones éticas que busque desde el Ver, el juzgar y el actuar el mantener el orden de lo Divino, cuyo equilibrio permita la determinación y autonomía del ser humano y su involucramiento en el desarrollo mismo de la historia.
En este sentido, el Papa sentencia que la dinámica de todo progreso debe ser para el desarrollo mismo del bien y no para generar un mar de conflictividades que llevan a una destrucción persistente de la misma humanidad; de aquí el llamado a recuperar el orden original de una humanidad donde su historia ha de fundarse desde criterios evangélicamente comprendidos y que han de ser la transversalidad de toda dinámica histórica que busca resaltar el desarrollo humano y colectivo, aminorando todo tipo de riesgo que genere conflictividades y destrucción de la estabilidad en la historia. Para las dinámicas sociales en Colombia no será contraproducente dejarse iluminar por estos principios promovidos eclesialmente:
i- La Verdad. Este concepto se presenta en la encíclica como un argumento que explica el orden establecido entre todos los seres humanos, basándose en el reconocimiento de los derechos y deberes que son propios de su naturaleza y se hacen universales, permitiendo el saber convivir mutuamente buscando el mayor propósito común. Sobre esta verdad y su contenido objetivo, se debe construir todos los argumentos políticos, sociológicos, económicos y culturales que permitan el logro de los equilibrios y los procesos para las construcciones colectivas estables y permanentes eliminando así las causas de los grandes conflictos a pequeñas y grandes escalas.
ii- La Justicia. Para el Papa Juan XXIII las dinámicas humanas deben estar sustentadas en la relación donde el respeto por el otro y por sus derechos, que son ajenos, y el respetar los derechos ajenos dando cumplimiento a las respectivas obligaciones que se tienen con la sociedad, aquí se logra la estabilidad y la armonía de toda dinámica comunitaria; sobre este criterio se nos invita a comprender que toda justicia no puede desmarcarse de los principios morales y éticos y del orden de lo jurídico, ya que toda justicia en relación con las realidades sociales se entiende desde su propio concepto y su propia práctica. Conceptualmente la justicia es un llamado al reconocimiento del otro y el actuar coherente el cual le exige no trasgredir los derechos del otro por el hecho de ser persona. Esto da pie para que en la praxis la justicia permita la búsqueda de una igualdad y un desarrollo colectivo permitiendo la estabilidad y la armonía social.
iii- El Amor como una respuesta no tanto discursiva sino practica constante que acoja a los desprotegidos y que desde acciones concreta buscan transformar y construir espacios de justicia social y de bien común. Y aquí entra el criterio de solidaridad universal que también es solidaridad particular, donde el intercambio de bienes particulares ayuda a fortalecer no solo las relaciones sociales, sino que protegen la vida humana y su desarrollo integral alejándolo de todos los conflictos suscitados por conceptos y practicas individualistas. La mirada del amor cristiano, traducido como valor de solidaridad y fraternidad permite en un pensar y en un actuar responsable por el restablecimiento del orden global y particular que salvaguarde y priorice las luchas contra las desigualdades, la pobreza y las injusticias sociales, realidades que han colocado en riesgo la dignidad del ser humano y su desarrollo común. Esto permite hacer hacerle frente al imperio del poder ideológico de un capitalismo y materialismo que cercena al ser humano instrumentalizándolo y desechándolo, ya que en sentido de productividad solo se instrumentaliza la condición humana como uno más dentro de la cadena del producir para tener.
iv- La Libertad. Ningún cambio estructural en la sociedad y en la historia podrá estar por encima de los derechos y de los intereses colectivo de toda sociedad, los cambios que se buscan establecer por el progreso de la historia deben estar sustentados en un conjunto de valores sistemáticos que promuevan la dignidad de toda persona, y que responsablemente asuma un pensar y un actuar en pro de la construcción de una historia con justicia. Es esencial enfocar la construcción y la trasformación de las realidades sociales en caminos estructurales que promueven el respeto por los derechos y la justicia paz.
Por consiguiente, desde las palabras de la Pacem In Terris del papa san Juan XXIII es fundamental comprender sobre el cómo mantener o renovar un orden social para la sociedad colombiana, entendida actualmente desde la búsqueda de renovadas políticas sociales que desde políticas de Estado quieren favorecer el desarrollo de los pueblos, y no el continuar arremetiendo contra el principio de toda vida humana desde una praxis violenta de derechos y de negación de garantías dignas y sociales para su existencia y desarrollo. Es aquí, sobre este querer, donde el Evangelio cristiano encuentra total relevancia, porque hace salir del individualismo religioso y coloca al creyente en el ejercicio de una reflexión social que permite un ver la realidad del ser humano y social para que desde allí se desarrolle todo un ejercicio de discernimiento que promueva acciones, generando en las bases sociales y territoriales el ahondar en los cambios, respetando siempre el orden del desarrollo humano y social en que la humanidad debe establecer en pleno siglo XXI. Mirar la construcción renovada de un orden social para nuestra realidad colombiana, deben edificarse sobre la base de los criterios morales y éticos donde la verdad, la justicia, el amor y la libertad sean argumentos que dinamicen los desarrollos históricos de la sociedad, manteniendo el orden a favor de una humanización más plena, pero también, dando unos instrumentos que lleven al progreso colectivo, promoviendo para la sociedad colombiana una justicia social que anulen los conflictos generales que impiden el orden social en la Colombia de hoy.
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