UN RENOVADO PENSAMIENTO ECLESIOLOGICO COLOMBIANO. Un argumento importante por analizar.
Los argumentos teológicos del concepto de “Pueblo de Dios” muestran una explicación que desde un sentido eclesiológico coloca como sujeto de reflexión al ser humano; por consiguiente, en los documentos como el Catecismo de la Iglesia Católica (en su primera parte: “la profesión de fe”), el pensamiento del Vaticano II desde la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium (en su segundo capítulo) y el pensamiento magisterial del continente latinoamericano como Puebla (N.º 220–303), Medellín y Santo Domingo, entre otros, ven en el argumento “Iglesia como Pueblo de Dios” aquello que permite ver la relación con las realidades históricas y evidenciar la presencia del Reinado de Dios y la Praxis del Evangelio cristiano que siempre buscan su desarrollo integral de manera individual y colectiva.
Pero el modernismo y el neocapitalismo redujeron a la “Iglesia pensante” en un simple sistema de prácticas religiosas y culturales que tenían que someter a la gente a una frágil conciencia sobre las realidades sociales y políticas, pero contrario a este propósito, la Iglesia ha podido construir una epistemología humana y social que interpreta desde el Evangelio las realidades propias de la humanidad, generando posturas frente a la dignidad humana, el bien común, la equidad, la justicia, los derechos humanos, el conflicto, la construcción de paz, entre otros, lo que se convirtió entonces a la Iglesia católica colombiana en un instrumento para establecer el diálogo constructivo en torno a aquellos aspectos primordiales como la igualdad, diversidad, derechos, justicia, justicia social, convivencia, paz, política, responsabilidad colectiva y solidaridad transformadora y efectiva; tales categorías se sustraen de la interioridad humana, y de su actuar moral y ético.
Por consiguiente, según el tipo de contribución de la Iglesia Católica, ¿es posible —en el plano del pensamiento eclesial— asumir una relación interdisciplinaria con las ciencias sociales para un serio y profundo discernimiento? Este cuestionamiento permite pensar que toda contribución interdisciplinaria debe portar dos categorías de análisis inicial:
(1) la del ser humano como una persona de conciencia religiosa, ya que la religión surge en el hombre existente, en el individuo concreto, en el momento mismo en que es consciente de que está dependiendo de una causa trascendente y, al darse cuenta de ello, reconoce esta dependencia y adora la Majestad divina. No se puede, dentro de la buena lógica confundir la religión con esos procesos de toma de conciencia de nuestra relación con el ser trascendente que se reducen a un intelectualismo infructuoso, a un proceso moral casi jurídico o a un proceso sentimental vago e indefinido. De la conciencia de la dependencia surge el reconocimiento y esa es la esencia de la religión, el hecho primario y fundamental de la misma; de ese hecho brotan después las manifestaciones interiores y exteriores, que constituirán el culto, pero este no tendrá sentido de tal, sentido religioso, mientras no sea la manifestación de la profunda reverencia y dependencia de la Causa Primera, es decir, de Dios como Creador y Gobernador de todas las cosas (Todolí, 1949).
(2) la del ser humano como ser de conciencia social, la cual está formada por las concepciones, las representaciones, las ideas, las teorías políticas, jurídicas, estéticas, éticas, la filosofía, la moral, la religión y demás formas de la conciencia. La cuestión está en que esta relación entre el ser social y la conciencia social constituye una manera concreta de la cuestión fundamental de la filosofía aplicada a la sociedad. Sin embargo, la conciencia no es sino el reflejo del ser social de los seres humanos en su vida espiritual (Rosental y Ludi, 1965), lo que implica una relación desde su autonomía trascendente que le permite entrar en una comprensión de su integridad humana, y de su corresponsabilidad con el entorno que lo interpela para edificar su propio desarrollo y el de sus semejantes.
Si bien, la Iglesia Católica posee hoy en día un lenguaje influyente dentro de las sociedades modernas porque su epistemología teologal le ha permitido discernir y entrar en un diálogo interdisciplinario sobre los cambios que se necesitan en el orden social, moral, religioso, cultural y científico, y sobre las realidades mismas del ser humano posmoderno que construye existencia, asimilando el cómo desarrolla en beneficio de su proyecto y realización de vida personal su existencia con repercusiones colectivas de las cuales hay caminos de salvación, y de construcción social.
Lo anterior fue posible gracias a la influencia del paradigma universal planteado en el Concilio Vaticano II y en las diferentes Conferencias Episcopales Latinoamericanas que impregnaron en la Iglesia Católica colombiana la necesidad de replantearse para entender la necesidad de colocarse frente a la realidad histórica de finales del siglo XX, apartándose de las relaciones bipartidistas, volviendo a la esencia de su naturaleza y ejercicio profético, y disponiéndose a ser la servidora de la sociedad; esto le permitió tener una reflexión cristiana de lo social donde se aprendió a construir la significación de la sociedad y su máxima relación con el quehacer de la justicia, la verdad y la paz (Henao, 2008), partiendo desde los mismos escenarios territoriales que fueron agredidos por la injusticia social, la exclusión y la marginación, con actos violentos perpetrados por el Estado desde la década de los años treinta.
Por consiguiente, la reflexión integral de la Iglesia colombiana urgió un discernimiento y una intervención con un lenguaje espiritual, político, humanitario y pedagógico planteado desde muchas iniciativas que buscaban concientizar a la ciudadanía sobre la necesidad de trabajar por la justicia social, especialmente en relación con la inclusión de los más pobres y desprotegidos; a partir de tales acciones la Iglesia colombiana, por un lado, ha aprendido a asumir y a trabajar por la justicia social, el respeto por la dignidad humana y el desarrollo integral a las personas y, por el otro, ha descubierto su papel para ayudar a superar acciones de violencia y construir una convivencia inclusiva y democrática.
Aunque socialmente existe en Colombia un papel imperfecto de la justicia social, del perdón y la reconciliación que permitan una construcción direccionada y constante hacia la paz, la Iglesia Católica colombiana sigue logrando y buscando tener, durante el proceso de discernimiento e intervención, las lecciones que le permitan abordar no solo un querer dar crédito de su importante aporte, sino seguir aprendiendo desde un lenguaje espiritual, político, humanitario y pedagógico que le permita ser en Colombia la Iglesia donde la Fe a la edificación colectiva de una conciencia y de una praxis que lleven al trabajo por la justicia social y la paz colectiva.
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